lunes, 2 de abril de 2007

El "Caminante"

Hace un tiempo Néstor, habitual compañero de aventuras “piscatorias” , me invitó a relevar un lugar de difícil acceso en el Río Queguay, donde intentaríamos capturar algún ejemplar de la famosa tararira gigante del Uruguay. En pocas horas organizamos nuestros equipos y emprendimos el viaje.
Al llegar a nuestro destino utilizamos el viejo puente que lo atraviesa como base, en aquél lugar nos armamos de nuestras cañas y reeles e inflamos el pequeño gomón que utilizaríamos luego para navegar el río aguas arriba.
El lugar merece un párrafo aparte, aquí el Queguay es un curso de aguas cristalinas por su fondo pedregoso que corre encajonado por barrancas a sus márgenes con profusa arboleda que se cierran sobre él al punto de que hasta a el sol se le dificulta observarlo. Su lecho es muy irregular al igual que su profundidad, lo que impide la utilización de motores, por lo que navegar sobre él se convierte en una verdadera proeza.
Llegamos al fin a un amplio sector de aguas calmas donde luego de atar un cabo desde el gomón a una rama de u árbol para no desplazarnos iniciamos nuestra jornada de pesca. El día se esfumó entre mates, charlas, momentos de congoja por la derrota y otros de éxtasis por terminar victoriosos ante nuestro corpulento rival azulado, que siempre después de pescarlo fue devuelto al agua en perfectas condiciones.
De regreso al campamento, con nuestras reservas de fuerza casi agotadas, nos dispusimos a cocinar a las brasas medio cordero que habíamos adquirido junto a galletas y buen vino en un almacén de campo en el camino, cuando de repente vimos acercarse hacia nosotros a un hombre flaco y alto, de cabellos largos y oscuros, con el torso desnudo y con un pantalón de jean cortado a la altura de las rodillas que caminaba descalzo por entre las piedras. Su rostro era alargado y cubierto por una barba algo desprolija y sus ojos negros parecían hundirse en sus órbitas. Asombrados, ( y algo temerosos para ser sincero ),le dimos la bienvenida, el hombre se acercó a nosotros y con voz calma nos propuso: -“ Les limpio el bote muchachos si después me convidan con algo de lo que están cocinando”....
El arreglo estaba sellado, mientras acomodábamos el vivac, Carlos, así se llamaba nuestro nuevo amigo, se encargó de dejar nuestra embarcación como nueva. La sobremesa sirvió para revivir cada momento, disfrutar de una noche cargada de estrellas y conocer un poco de la vida de nuestro eventual acompañante, Era un “caminante”, así se les llama a las personas que como este joven van de campo en campo haciendo todo tipo de tareas por algo de comida y lugar para descansar pero sin afincarse en ningún sitio, hacia casi dos años que andaba por ahí, sin nadie que lo esperara de regreso.
Al día siguiente, volvimos al sector de pesca y en una mala acción, uno de nuestros señuelos quedó enganchado en un árbol .Los esfuerzos por recuperarlo no dieron resultado por lo que decidimos cortar el nylon y colocar otro. Momentos después no dábamos crédito de lo que estábamos viendo, Carlos estaba arriba del árbol del que pendía el artificial y con la habilidad de un mono pasaba de rama en rama para devolvernos el “señuelo” que habíamos dado por perdido minutos atrás.
Desde entonces, cada vez que volvemos al Queguay un deseo, hasta aquí incumplido, nos invade: Volver a encontrarnos con Carlos el Tarzán del tercer milenio.
Horacio Pintos

1 comentario:

Anónimo dijo...

esta nota la publicaste en algun otro lado? Es hermosa...